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Mujeres en Familias ensambladas

Maria Silvia Dameno

Pertenezco a un extraño grupo: una mayoría discriminada. El grupo al que me refiero, el de mujeres en familias ensambladas, numéricamente no constituye una minoría, sin embargo, a partir de ciertos mecanismos de discriminación social y legal fue “invisibilzada”. Su invisibilidad tuvo como consecuencia casi directa un menoscabo de los derechos de sus integrantes. 

      Ensamblada es una familia en la cual uno o ambos miembros de la actual pareja tiene/n hijo/s de uniones anteriores. Dentro de esta categoría entran tanto las segundas parejas  de viudos/as como de divorciados/as y de madres solteras. Cuando comenzaron las investigaciones sobre el tema, después de la segunda guerra mundial, la mayor parte de estos casos la conformaban los viudos de guerra. En la actualidad  el grueso de las familias ensambladas en el mundo occidental lo constituyen los divorciados/as con hijos que vuelven a formar pareja. Esto implica que hay dos familias ensambladas por cada chico cuyos padres se han vuelto a casar, ya que se considera dentro de esta categoría no solo aquella con la que los hijos conviven en forma permanente, sino también aquella que visitan algunas veces al mes. Esto quiere decir que estamos hablando de un grupo significativo dentro de la población        

 Este grupo humano ya demográficamente significativo se incrementa día a día, acompañando el aumento mundial del número de divorcios en las últimas décadas. Constituye sin embargo un caso concreto de cambio social no reconocido en lo institucional en nuestro país: no hay leyes que lo reconozcan y amparen, ni centros de asesoramiento psicológico o modelos sociales de funcionamiento que lo contengan. Las instituciones se modifican mas lentamente que los individuos que las integran y las familias ensambladas ni siquiera tenían, cuando empecé a investigar este tema, un nombre. Algunos terapeutas hablaban de familias “mixtas” siguiendo a Virginia Satir quien dedicó un capítulo de un libro al tema, aunque el término no es específico ya que incluye también a las familias adoptivas y a las de crianza. Otra alternativa era definirlas por comparación (segundas, posteriores, etc.) o por negación (no intactas, no biológicas, etc.) indicando con ambas opciones la desvalorización de la nueva familia.

            Por otra parte, aunque sí existen términos para denominar los nuevos vínculos, estos  se emplean frecuentemente en forma peyorativa, tanto que en el diccionario padrastro y madrastra están definidos como “mal padre/madre” o más directamente como “persona mala o cruel”. El carácter despectivo del nombre y la presuposición de crueldad se refleja en la persistencia en la literatura infantil de cuentos de malas madrastras y padrastros como Blancanieves, Cenicienta o David Copperfield. Adultos y niños   que crecieron escuchando que ser madrastra o padrastro era ser una persona mala, competitiva, vengativa y cruel se niegan a incluirse a sí mismos dentro de esta categoría o a denominar de ese modo al vínculo. En más de 15 años trabajando en el tema, no he conocido a nadie que acepte cómoda y tranquilamente este rótulo y aún es frecuente  que las personas consideren que solo son padrastros/madrastras cuando el progenitor del mismo sexo ha muerto. La presuposición de crueldad y el mito del “padrastro abusador” – no lo afirmo como mito porque no existan, lamentablemente,  sino porque son mucho mas frecuentes los padres biológicos que abusan de sus hijos – constituye un handicap negativo para los miembros de estas familias y contribuye a que oculten su condición de tales. El hecho de no tener en la Argentina un nombre incrementaba su invisibilidad estadística y social, causada por razones culturales, psicológicas, religiosas y políticas.

Las mismas familias tienden a ocultar su carácter de ensambladas, entre otras razones por la competencia entre los padres biológicos por ser una vez creado un nuevo núcleo mejores que “la otra familia del hijo”y porque admitir dificultades en un segundo matrimonio equivale a aceptar públicamente la propia inoperancia. Además al provenir en general de situaciones de dolor, duelo o frustración suelen tener expectativas poco realistas sobre su rol que al verse frustradas por la enormidad de la exigencia, son vividas como fracasos y tienden a ser ocultadas. La frecuente advertencia social de que “vos sabias en lo que te metías” desalienta pedidos de ayuda o consejo. También el deseo de evitar largas explicaciones sobre quien es quien frente a lo sencillo que resulta aparentar los roles esperables hace que los miembros de familias ensambladas prefieran mostrarse como integrantes de familias intactas muchas veces.

Por la fuerte presión que ejerció la iglesia católica, Argentina fue uno de los últimos países en permitir el casamiento de personas separadas (en 1987). Para la misma época se legalizo la patria potestad compartida (anteriormente solo un derecho del progenitor varón)  lo que hace que. recién ahora comiencen a existir patrones culturales de comportamiento para estas agrupaciones familiares.

 Unos meses antes de que se legalizase el divorcio vincular, comencé a investigar sobre el tema. La invisibilidad genera un circulo vicioso, que da la idea de que no hay pares con los cuales compararse, integrarse, intercambiar experiencias y así lograr definir roles que socialmente no están definidos. Es  eso lo que hace  que sus integrantes se sienten parte de una minoría, pese a no serlo y sean victimas de discriminación, en principio se auto-discriminan incluso, y no logran ni siquiera unirse para reclamar por sus derechos civiles. Al sentirse por fuera de los patrones culturales de lo aceptable y careciendo de apoyo social y de modelos culturales, se suele generar lo temido, al estilo de una profecía auto cumplida, llevándolos a actuar como la familia disfuncional que no querían ser.

Fue por su invisibilidad que mi primer tarea con ellas consistió en “bautizarlas”. Decidí llamar “familias ensambladas”a aquellas que los sajones llaman stepfamilies. No elegí utilizar el término “ensambladas” en forma casual, sino que lo tomé del universo del lenguaje musical. Los ensambles, vale decir aquellas obras musicales escritas para un grupo de solistas, fueron la metáfora que a mi criterio mas se acercaba por analogía a estas familias. Incluso pensé en las horas de ensayo para que un ensamble suene adecuadamente, más allá del virtuosismo de sus integrantes y teniendo en cuenta que la palabra no solo se refiere al conjunto musical sino que también connota o describe el grado de coherencia en la ejecución musical. Las familias ensambladas, pues, al igual que los conjuntos musicales, no es que funcionen a pesar de las diferencias entre sus miembros, sino justamente gracias al trabajo de reconocer, delimitar y capitalizar dichas diferencias. También al igual que en las agrupaciones musicales, el resultado del esfuerzo de todos se resume a la postre en algo armónico, y gratificante tanto para los músicos como para el auditorio circundante. Agrego con orgullo que el hablar de familias ensambladas es actualmente de uso corriente en mi país, que abogados, publicaciones y medios de comunicación social ya las mencionan de ese modo.

Las Naciones Unidas han resaltado en sus declaraciones de 1994  en el Año Internacional de la Familia (Cuadernillo “la evolución de la estructura familiar”) la existencia de diversidad de formas posibles del concepto de familia, en diferentes sistemas socio políticos y culturales, intentando promover entre gobiernos, la sociedad civil, los medios de comunicación y los lideres comunitarios, una noción mas precisa de la diversidad familiar. En mi país casi todo lo que se dice o se escribe sobre la familia  se refiere a una agrupación burguesa (habitante de ciudades) patriarcal (de dominio masculino) blanca, de clase media y cuya cabeza es una pareja heterosexual, padres de dos niños en promedio. Esto define el criterio de normalidad y hace que toda agrupación que quede por fuera de estas categorías sea invisibilizada y sobrepatologizada.

Es por ello  que en el imaginario colectivo la familia ensamblada sea vista muchas veces como una forma defectuosa de la familia nuclear conyugal y sea tratada así por numerosos educadores, terapeutas y legisladores. La familia socialmente valorada es aquella con madre criadora y padre proveedor. Sabemos que un paradigma imperante favorece un tipo de forma familiar y desfavorece a otra y esto se expresa en la práctica a través de leyes de vivienda, matrimonio, herencia, adopción, etc. donde los integrantes de estas familias resultan desfavorecidos. Se, tanto por experiencia personal como por mi trabajo como terapeuta, que aunque de hecho no tengan status legal, las relaciones padrastro/madrastra – hijastro/s pueden ser muy gratificantes pero que en la practica significan sortear muchos obstáculos. 

¿Como afecta esto a los derechos de las mujeres?

En principio son las mujeres las que habitualmente después de un divorcio quedan a cargo de los hijos y con escaso o nulo apoyo para llevar adelante el grupo familiar. Si bien hay leyes para protección de la mujer separada, hay una enorme dificultad en la práctica para hacer cumplir los acuerdos de divorcio. Esta laxitud y en muchos caso machismo de los cuerpos judiciales hace que sea enormemente frecuente el incumplimiento de los deberes de alimentos y visitas por parte de los progenitores varones. Si bien la ley considera que el rubro alimentos incluye “la manutención, educación y esparcimiento, vestimenta, habitación, asistencia y gastos de enfermedades” y que esto es obligación de ambos padres, su incumplimiento es una contravención civil difícilmente exigible. De la sanción penal por no pasar alimentos, cualquier padre queda liberado con el “cumplimiento de los deberes de asistencia familiar mínima” es decir el pago de una suma con un monto vil que ni siquiera cubre los gastos de comida. Cuando el varón no se hace cargo, y las cifras en este sentido crecen geométricamente, es la mujer quien no solo se responsabiliza de la tenencia sino que debe además proveer a la manutención de la prole.

Ahora, si la mujer decide volver a casarse o al decir de Samuel Jhonson quiere “el triunfo de la esperanza sobre la experiencia” es social y legalmente sancionada con el “cese de sus derechos alimentarios” según la letra de la ley, la disminución de los alimentos a sus hijos según la jurisprudencia frecuente y el espaciamiento o la inexistencia de días en que los hijos quedan a cargo del padre, según marcan normas sociales cuya justificación esta muy consensuada. Por supuesto que si además el intento resultase fallido, revertir legalmente estas situaciones implica entrar en un proceso kafkiano. La duración de los juicios en mi país se mide en años y no esta contemplado como se sobrevive durante ellos.

Creo por lo tanto que en esta situación, esta encubierto un acto de violencia intrafamiliar y social que vulnera las derechos civiles, económicos, sociales y políticos de las mujeres y es el motivo de mi interés en el tema.